Gatubela
Mamá Gatubela
Mamá Gatubela no tuvo una buena madre,
la encontré herida, muy pequeña, en el jardín de mi casa de muñecas.
Yo también era muy chica, no la pude proteger.
Ayer, de un salto, me asustó;
estaba alegre, se veía preciosa, cada vez más.
Mamá Gatubela tuvo un gatito por elección,
era deseado, tan esperado, y pronto llegó.
Adolescente, cruza la barda sin precaución;
Mamá Gatubela forja un carácter sin excepción.
Tal vez su gato tiene cien vidas,
pues anda libre como un guerrero, siempre en acción.
Algunos días llega golpeado; Mamá Gatubela siente el dolor.
Yo te lo dije: tranquila calma, sin emoción.
Ella lo mira sin sentir miedo;
ella aprendió a ser madre por convicción.
Yo pregunté: “¿Cómo lo haces? ¿Es muy difícil?”
Mamá Gatubela me respondió:
“Que de los errores se aprende; los años no llegan en vano,
y que el miedo no es una excusa, solo un sentimiento
que atravesarás en muchos momentos.
Que a veces siente, al ser madre de un adolescente,
el duro deber de renunciar a sus derechos,
de cómo en su imaginario se trata a una buena madre;
es consciente de que su corazón debe ser inofendible
para poderlo guiar y educar desde el amor,
aprovechar los momentos que son fugaces,
mucho más para un gato inteligente,
porque dentro de poco el techo estará vacío
y no habrá una barda que vigilar.
Siente que debe prepararlo para la vida
y que en algún momento él correrá
a cumplir sus sueños con una gata en libertad.
Y aunque no lo verá a diario,
su corazón y sus garras siempre lo esperarán.
Entonces, la miré consternada
y entendí la fuerza que ser madre le otorgó:
ese instinto maternal super desarrollado que forjó.
Mamá Gatubela es un ejemplo de resurrección.
Decidí salir a la veterinaria para comprar
un poco de cuerda que ella usa para rascar cuando se estresa.
También compré un espejo para mostrarle lo bella que es.
Ella no sabe que, cuando él se vaya,
ella tendrá muchas más vidas para jugar.
Mamá Gatubela, aquí estoy yo,
dispuesta a acompañarte,
si necesitas
una mano para danzar.